Parejas

Cómo hacer que alguien SE ENAMORE, según la ciencia

Tendemos a pensar en el amor como un fenómeno espontáneo, aleatorio e incontrolado. Sin embargo, enamorarse no es espontáneo ni aleatorio, y está muy bajo nuestro control.
sábado, 17 de diciembre de 2022 · 00:07

Nos enamoramos solo cuando estamos listos y preparados para una relación romántica. Nuestra elección de quién enamorarnos no es arbitraria. Las personas altamente educadas rara vez se enamoran de personas que no lo son. Las personas muy ricas rara vez se enamoran de las pobres.

El amor tampoco es instantáneo. Crece gradualmente, por lo que podemos optar fácilmente por no tener una relación amorosa en sus primeras etapas, mientras que salir de una relación a largo plazo está mucho menos bajo nuestro control. 

Pero, ¿pueden plantarse sintéticamente las semillas del amor? En otras palabras, ¿podemos enamorar a alguien en el laboratorio? 

En 1997, Arthur Aron y sus colegas afirmaron haber hecho precisamente eso. En un artículo publicado en el Journal of Personality and Social Psychology, describieron un experimento de laboratorio que indujo a extraños a enamorarse en una sesión de 45 minutos. 

Cada par de sujetos entró al laboratorio por puertas diferentes y se sentaron uno frente al otro. Luego debían responder 36 preguntas cada vez más íntimas, desde “¿Quieres ser famoso?” a "¿Cuándo fue la última vez que lloraste frente a otra persona?"

La segunda etapa del experimento implicó que los dos sujetos se miraran fijamente a los ojos durante cuatro minutos.

Aron y su equipo compararon este grupo de tratamiento con un grupo de control en el que las parejas también se reunían en sesiones de 45 minutos, pero se les permitía interactuar libremente.

Las parejas en el grupo de tratamiento reportaron sentimientos más fuertes de cercanía e intimidad; una pareja incluso se casó seis meses después del experimento.

¿Qué hizo que el procedimiento de Aron fuera tan efectivo para generar cercanía, intimidad y finalmente amor? Creo que el mecanismo que induce estos sentimientos se puede resumir en dos palabras: compromiso y autoestima.

Cuando dos personas intercambian información íntima entre sí, suceden dos cosas:

En primer lugar, el transmisor de dicha información dota al receptor de un poder que potencialmente puede usarse en su contra, especialmente porque el transmisor revela detalles que normalmente no se le dirían a un extraño.

Este poder de la mano del receptor incentiva al transmisor a trabajar más duro para ganarse la simpatía de su pareja. La apertura sirve como garantía puesta por el emisor en manos del receptor con la promesa de dar mayor oportunidad a la relación, generando un mayor nivel de compromiso por ambas partes.

Tal compromiso es esencial para el éxito de las relaciones tempranas.

La mayoría de las citas no se convierten en una relación seria, no por falta de compatibilidad, sino por falta de compromiso. Sin compromiso, incluso una combinación perfecta está condenada al fracaso.

Los matrimonios concertados en los que las parejas se casan pocos días después de verse por primera vez no son menos estables que los matrimonios por amor. Las parejas en tales matrimonios llegan a amarse después de casarse porque están comprometidas a buscar este amor.

La otra fuerza que juega un papel en la inducción del amor en el experimento de Aron es la autoestima.

Una gran parte de enamorarse de alguien incluye enamorarse de nosotros mismos.

Ser amado remodela nuestra autoestima y refuerza nuestra confianza en nuestras habilidades sociales, que son necesarias para mantener una relación romántica.

La necesidad de reafirmarse constantemente en estas habilidades es evolutiva. Cuando “tenemos éxito” en una cita, nos sentimos empoderados; cuando fallamos, nos frustramos. Esto nos motiva a seguir trabajando en nuestras habilidades románticas, sin las cuales la reproducción se vuelve mucho menos probable, algo que a nuestros genes no les “gusta” en absoluto.

El intercambio de información íntima aumenta la autoestima del receptor. Si mi pareja está dispuesta a compartir conmigo algunos de sus secretos más íntimos, debo estar haciendo bien en formar relaciones. Este sentimiento de autoestima no solo nos hace sentir bien; también nos atrae hacia la persona que nos hace sentir así. 

De hecho, en el experimento de Aron, se instruyó a los sujetos para que revelaran información íntima sobre ellos mismos. Por lo tanto, hacerlo así no debería afectar en nada las habilidades del receptor. Sin embargo, como sucede con la mayoría de los experimentos de laboratorio, los participantes perciben la interacción en el laboratorio como auténtica y real, lo que les permite atribuirse el mérito de la apertura de su pareja.

En el experimento de Aron, ambos integrantes de la pareja asumen roles. Son a la vez receptores y transmisores de información íntima. De ahí que sobre ambos operen las dos fuerzas del compromiso y la autoestima, dando lugar a la intimidad.

El experimento de Aron nos proporciona una idea importante que tiene implicaciones mucho más allá de los confines del laboratorio. Es una perspectiva valiosa para aquellos de nosotros que comenzamos una nueva relación o para aquellos de nosotros que hemos estado en una durante décadas.

La apertura no siempre es fácil. Puede revelar debilidades y ponernos en una posición vulnerable, pero finalmente fortalece las relaciones. Hace que los socios se sientan mejor el uno con el otro, incluso cuando la información íntima fluye en una dirección, y ciertamente cuando fluye en ambas direcciones.